En síntesis, Dios y la vida desean saber de qué estamos hechos y qué tan comprometidos estamos con nuestros ideales antes de abrirnos paso.
El éxito se disfraza de esfuerzo para que la masa no lo reconozca. Y, aunque esté al alcance de todos, muy pocos lo conquistan porque en los múltiples ámbitos de la vida siempre son pocos los que están dispuestos a comprometerse, a hacer un esfuerzo extra para hacer de su vida una experiencia extraordinaria. Incluso, cada que vez que decidimos incursionar en un proyecto es como si Dios o el universo nos dijeran: “Te daré el resultado, pero antes tienes que demostrar si, de verdad, estás involucrado en esto. Por lo tanto, te mandaré diversas pruebas”.
De poco sirve soñar con alcanzar estrellas si no asumimos el reto que implica el volar hacia ellas. Es innegable que existe una evidente incoherencia entre el sueño y la acción que necesitamos emprender; mientras no sea así, por más grande que sea ese sueño, es indudable que terminará en convertirse en una vaga ilusión.