Hay fechas que dividen la vida en dos. Para Alejandra Vanegas, el 2014 marcó ese antes y después. Fue el año en que la muerte —como ella misma lo dice— empezó a tocar las puertas de su vida. Y ya no volvió a irse.
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En este capítulo de Detrás del Like, Alejandra, periodista y creadora del proyecto Dolor Bendito Dolor, comparte un testimonio profundamente íntimo sobre cómo el duelo ha moldeado cada rincón de su historia. Una conversación necesaria sobre lo que pasa cuando el alma se rompe… y uno decide reconstruirse desde el dolor.
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La muerte, una visitante que transforma
Todo comenzó con la muerte de su abuela, pero lo que siguió fue una sucesión de pérdidas: un embarazo interrumpido, el quiebre de su pareja, una enfermedad que la enfrentó consigo misma, la partida repentina de su papá y, meses después, la muerte de su mamá.
“Yo pensaba que el duelo más fuerte había sido la pérdida de mi abuela, pero entendí que había estado acumulando duelos desde hacía años, sin nombrarlos, sin vivirlos”.
La vida de Alejandra no se desmoronó de golpe, se fue quebrando en silencio, entre mudanzas, diagnósticos y despedidas. Hasta que no pudo más.
El duelo no se supera: se integra
Dolor Bendito Dolor no es solo una cuenta en redes, es un lugar donde el duelo tiene voz, cuerpo y alma. Es una comunidad donde la muerte deja de ser tabú para convertirse en maestra.
“Lo más difícil no fue perder a mis papás con pocos meses de diferencia. Lo más difícil fue entender que sus muertes me estaban enseñando a vivir de verdad”.
Alejandra nos recuerda que el duelo no tiene recetas, que la tristeza no se “cura”, y que la única forma de atravesarlo es habitándolo con honestidad.
El amor después de la muerte
Su historia es también un homenaje a sus padres. A su papá, cuya muerte accidental la dejó sin piso. Y a su mamá, quien, rota por la viudez, decidió dejar de luchar. Es duro de escuchar. Pero es real.
“Mi mamá me pidió que no rezara por su vida, sino por su muerte. Dijo que ya no tenía razones para quedarse. Que se le había ido todo con mi papá”.
Alejandra no juzga el dolor ajeno. Lo abraza. Lo nombra. Lo convierte en palabras que hoy sanan a otros.