Lino Restrepo no habla de su pasado con vergüenza, sino con una serenidad que asombra. “Yo soy un libro abierto”, dice apenas empieza la conversación. Hoy es artista plástico y decorador de interiores, pero detrás de su sensibilidad y su talento hay una historia de excesos, adicción, culpa, pérdidas y, sobre todo, de renacimiento.
Durante años, Lino vivió atrapado en dos infiernos: el de las drogas y el del juego. “Yo empecé a consumir muy joven —cuenta—. A los 14 ya fumaba marihuana, a los 16 me metía cocaína todos los días. En tres años perdí el tabique. Si hubiera seguido, no estaría vivo”.
Escucha el episodio completo en YouTube.
En este episodio de Detrás del Like, Lino conversa con Paula Castillo Lenis y cuenta que su historia no empieza en la calle, sino en una familia amorosa, con una infancia rodeada de afecto. “Eso me demostró que la adicción no siempre nace de la carencia. A veces uno viene genéticamente diseñado para engancharse con lo que lo destruye”, reflexiona. Y lo dice sin victimismo: ha hecho de su historia una herramienta de servicio.
Escucha el episodio completo en Spotify.
A los 19 años tocó fondo. Una sobredosis lo llevó al borde de la muerte. “Recuerdo ver mi sangre saliendo por la nariz y sentir que el corazón se me iba a detener. Pensé: aquí se acabó todo”. Tres meses después, el miedo se convirtió en decisión: el 8 de abril de 1995 ingresó por primera vez a un grupo de Narcóticos Anónimos. Desde entonces —hace treinta años— no ha vuelto a consumir.
Pero la adicción, como él dice, “es un topo que siempre busca un huequito por dónde salir”. Cuando la droga quedó atrás, llegó el juego. “Entré a un casino por curiosidad. Mis amigos se aburrían y se iban. Yo me quería quedar todo el día. Ahí supe que algo en mí no estaba bien”.
La ludopatía lo llevó a perder dinero, relaciones y autoestima. Llegó a jugar el sueldo de su novia y el capital de un negocio. “Un casino tiene una energía más oscura que una olla —asegura—. Te dan un sándwich que en realidad cuesta 70 millones de pesos. Y tú crees que eres especial, pero solo eres valioso mientras tienes plata”.
Su madre fue testigo de esa degradación. Un día lo encontró en el casino del Andino y, sin reproches, le dijo: “Mijito, por favor, cambie las fichas y vámonos”. “Esa lágrima de mi mamá me dolió más que cualquier fondo”, recuerda con la voz entrecortada.
Aun así, siguió jugando por años. Hasta 2018, cuando decidió internarse y trabajar su adicción desde los 12 pasos, esta vez aplicados al juego. “Ahí entendí que uno no juega por ganar plata, sino por la descarga de dopamina. El jugador pierde el valor del dinero, vive en función de esa emoción. Es la misma química del que se droga, solo que con otra excusa.”
Hoy, Lino ha transformado su caída en propósito. Dicta charlas, acompaña a personas en recuperación y prepara una conferencia titulada La cara oculta de la adicción, donde plantea una idea poderosa: “Todos somos adictos a algo: al celular, al trabajo, al control, al amor. La adicción es una enfermedad del alma. El problema no es la sustancia, es el vacío que intentamos llenar”.
Su arte también es parte de esa sanación. Cada cuadro y cada espacio que interviene son una declaración de vida: el testimonio de alguien que estuvo al borde y regresó para ayudar a otros a encontrar la salida.
“Yo no estoy vivo por suerte —dice—, sino porque Dios tiene un propósito conmigo. Mi historia no es de caída, es de transformación.”
