Hay historias que parecen éxito… hasta que se abren por dentro. Katherine Loaiza, periodista, estratega digital y una de las caras más recordadas de la comunicación pública en Bogotá, conversó con Paula Castillo Lenis, en Detrás del Like. Vivió un ascenso tan rápido como el golpe que significó caer en un abismo emocional del que pocos salen con vida. Hoy, por primera vez, relata cómo ser “Loa”, la youtuber oficial de la Alcaldía de Enrique Peñalosa, la llevó a enfrentar el hate masivo, el escrutinio público, el señalamiento injustificado y la depresión más profunda de su vida.
Escucha el episodio completo en YouTube.
Antes de que miles la conocieran como Loa, Katherine era una periodista de carrera que había pasado por medios como El Espectador, Colprensa, Terra, Publimetro, Canal 13 y varias entidades públicas. Llegó a la Alcaldía en 2016 para fortalecer el contenido periodístico de bogota.gov.co. Su misión original no tenía nada que ver con cámaras, luces o viralidad: era editar, curar contenido, proponer historias y acompañar a un equipo editorial.
Escucha el episodio completo en Spotify.
Pero la ola de los youtubers estaba en pleno auge. En una reunión surgió la pregunta que cambiaría su vida:
“¿Y si tuviéramos un youtuber de la Alcaldía que le hablara directamente a la gente?”
Paula Castillo Lenis—amiga y colega— propuso el nombre de Katherine. Ella hacía videos caseros para su mamá o su pareja, y esa naturalidad llamó la atención del equipo. Grabaron un piloto. Funcionó. Y nació “Loa”, un personaje fresco, cercano, conversado y sin pretensiones.
Lo que comenzó como un experimento de comunicación pública se convirtió en la primera estrategia digital de una entidad estatal en formato youtuber en Colombia. Y fue un éxito inmediato.
Cuando ser viral dejó de ser divertido
Durante meses, los videos de Loa fueron ligeros, útiles y humanos. Respondía preguntas ciudadanas, explicaba obras, contaba datos curiosos, conectaba con la gente. Pero la estrategia tomó un giro.
Desde arriba empezaron a pedirle videos sobre temas sensibles, polémicos y políticos. Uno de ellos, el más delicado: la Reserva Van der Hammen.
El video —técnicamente impecable, revisado por expertos, asesorado por varias dependencias— se lanzó un fin de semana con pauta para que lo viera “todo Bogotá”. Lo que vino después fue una avalancha imposible de dimensionar.
300 comentarios negativos por cada 1 positivo.
Insultos, burlas, ataques personales.
Investigación de su vida privada.
Doxing.
Acusaciones falsas.
No atacaban al alcalde. No atacaban al proyecto. La atacaban a ella.
Ese día Katherine sintió su primer ataque de ansiedad. No sabía cómo se llamaba, solo sintió el cuerpo descontrolado, el pecho apretado, el ojo tembloroso. Le dieron unos días libres. Se fue de viaje. Desinstaló redes. Creyó que ahí terminaba su historia como Loa.
Pero no.
El odio no se apagó
Volvió en enero. Dijo que no quería hacer más videos. Le prometieron que ya no serían polémicos. Pero la relación con el público había cambiado: cualquier cosa que publicara, incluso sobre temas neutros, recibía odio.
Los comentarios llegaban a las cuentas institucionales, pero también a sus redes personales. Encontraron dónde vivía, cuánto ganaba, cómo se transportaba. El miedo apareció.
Y con él, algo más oscuro.
El pensamiento que lo cambió todo
Un día, sentada en su sala de un piso 18, mirando el balcón, tuvo un pensamiento frío, lógico, calculado:
“Si me tiro, se acaba el dolor de cabeza. Se acaban los comentarios. Se acaba todo”. No lloró. No tembló. No lo vivió como tragedia. Lo vivió como solución. Incluso planeó cómo proteger a su perrita Candelaria antes de hacerlo.
Al despertar al día siguiente, se preguntó:
“¿Qué estaba pensando?”
Ese fue el punto de quiebre.
La palabra que nadie quiere pronunciar: depresión
Acudió a un psiquiatra. Luego a otro. Le hablaron de pensamientos suicidas, terrores nocturnos, ansiedad severa. Le ordenaron exámenes. Nada físico estaba mal. Todo era emocional.
Pero ella no podía aceptarlo del todo.
Porque la sociedad responde así:
“¿Depresión tú? Pero si tienes trabajo, pareja, casa, una perrita divina… ¡agradece!”
Por eso decidió contárselo solo a tres personas. Nadie más.
Ni a su familia.
El miedo al juicio del entorno era más grande que la enfermedad misma.
Ni la playa cura una depresión
Renunció a la Alcaldía. Se mudó a Cartagena. Vivía al lado del mar. Caminaba por la muralla. Tomaba el sol. Creía que el problema se quedaría en Bogotá.
Pero no.
La depresión no se cura cambiando de ciudad.
Sus pensamientos suicidas regresaron. Ya no por un balcón —vivía en un segundo piso—, pero sí con buses, carros y múltiples formas que su cerebro encontraba para intentar “resolver”.
Empezó medicación psiquiátrica formal. Encontrar la dosis adecuada tomó meses. Años después, dice que fue un tiempo en el que no sentía nada. Ni alegría, ni tristeza, ni emoción. Era un estado plano, gris, funcional… pero vacío.
Volver para reconstruirse
Regresó a Bogotá para retomar terapia con frecuencia. Comenzó a intentar entender no solo el episodio de Loa, sino heridas más profundas. La terapia se convirtió en su espacio seguro.
Y llegó un punto en el que la psiquiatra le dijo:
“Vamos a empezar a bajarte la medicación.”
Un proceso lento, controlado, de seis meses. En septiembre de 2022 tomó su última pastilla. Durante un año más siguió en terapia emocional. Y solo entonces pudo decir:
“Estoy bien”.
El bordado: cuando el arte salva
En medio de todo, su terapeuta le dio una tarea: encontrar un hobby donde no pensara. Ni leer, ni analizar, ni ver noticias. Algo manual. Algo simple.
Probó tejer y fracasó. Hasta que un día conoció a una bordadora. Fue a un curso por curiosidad… y se quedó.
El bordado se convirtió en su refugio, en su pausa, en su ritual de quietud.
Después, inesperadamente, en un emprendimiento.
Sus manos, hilo por hilo, empezaron a reconstruir su historia.
Lo que nunca imaginó que perdería (y también lo que ganó)
Katherine nunca volvió a sentirse cómoda mostrando su cara en temas públicos. Perdió la relación con Twitter. Perdió la frescura de hablar frente a una cámara. Perdió un poco de inocencia.
Pero ganó algo más importante:
Una segunda oportunidad.
Una mirada compasiva hacia sí misma.
Un talento artístico que la conecta con la vida.
La certeza de que ningún trabajo vale su salud mental.
Y la valentía de contar su historia. La verdadera. La que estaba detrás de Loa y detrás del like.
