Cuando me iba a casar, una vez estaba buscando un sitio en dónde realizar la ceremonia y la fiesta de matrimonio. En el lugar, nos encontramos junto con mi esposo, al padre Alberto Linero, y él nos dijo: si se van a casar enamorados no se casen.
En ese momento no entendí muy bien lo que nos estaba diciendo, pero con los años me he dado cuenta que esa frase es muy cierta. El amor no es un sentimiento, el amor es una decisión. Y no es un sentimiento sencillamente porque cuando uno está enamorado ese sentimiento dura unos seis meses, máximo un año, después de ese tiempo, tiene que ser la mente quien navega ese barco, porque de lo contrario vamos a desistir muy rápidamente de esa relación.
El amor es una decisión, casarse es una decisión. Cuando decidimos compartir nuestra vida con alguna persona, y todo lo que eso implica: enfermedad, pobreza, riqueza, fracaso, éxito, etc, nuestra decisión es la que nos va a ayudar a superar las crisis y a no caer en posibles tentaciones.
Cuando uno decide amar a alguien, por más tormentas duras que haya, uno puede tener la madurez emocional para decir si le apuesto o no le apuesto. Con esto no quiero decir que uno deba seguir con una persona por el resto de su vida si te maltrata o realmente no cumple con ciertas cosas que en algún momento uno pensó que podía cumplir. Ese tipo de relaciones pues se deben acabar, pero cuando se tiene una crisis con la pareja lo mejor es mirar esa situación con madurez y luchar hasta cuando se pueda. Eso es lo que diferencia al enamoramiento de la decisión.